Cada embarazo está precedido por un deseo que lo sostiene. La maternidad implica un proceso a través del cual cada mujer tiene que desprenderse del ser hija para pasar a ser madre, abriendo un espacio para el nuevo ser. Es entonces cuando se inicia el vínculo.
Esta relación adquiere un carácter mucho más intenso, cuando los movimientos del bebé se hacen evidentes.
Por su parte, el bebé también atraviesa un largo proceso que se inicia en el cuerpo materno y culmina con la separación corporal que implica el parto. Es que la perinatalidad constituye una transición de estado para la madre y el bebé, que culmina con un cambio de estado fisiológico, psicológico y de rol social en el punto crítico del nacimiento. La mujer pasa de gestante a madre; el bebé, de vida intrauterina a vida extrauterina; de bebé imaginario a bebé real. El hombre, de progenitor a padre.
Una mamá fuertemente vinculada, que fue acompañando ese mágico proceso de creación que se produjo dentro de ella, es capaz de continuar la relación prenatal. Así logra apaciguar a su hijo, al actuar como un filtro que gradúa los estímulos externos.
El vínculo intrauterino también favorecerá al vínculo posterior al nacimiento, dado que éste es la continuación de un proceso vinculante que ha comenzado en el útero. El recién nacido es sensible al contacto, a las manos y a los cuerpos que lo reciben, al cruce de las miradas, a los sonidos, a las melodías, palabras y silencios.
Ese contacto y esa atención influyen en el bebé desde la gestación hasta el nacimiento y los primeros encuentros con el afuera. Lo que sucede después del nacimiento es una elaboración y depende de lo que ocurrió antes de éste.
Después del parto el vínculo es fundamental. Todo lo que una mujer hace y dice a su hijo después del parto, como arrullos, abrazos, ofrecer el pecho nutricio, caricias y miradas, cumple un objetivo: proteger y nutrir al niño.
Por este motivo es que el mejor período para el vínculo extrauterino son los minutos, horas y días posteriores al parto. Al parir, casi por impulso, la madre coloca al recién nacido sobre su lado izquierdo, donde está el corazón, sonido que el bebé reconoce porque estuvo presente durante toda la gestación, las veinticuatro horas del día, se tranquiliza porque este sonido le remite a algo conocido, por lo tanto, le brinda seguridad. Cuando la madre le hable, asociará esa voz con el ritmo del corazón; mejor aún si la madre entona algún arrullo o melodía que haya estado presente durante el embarazo (en forma repetitiva) porque al bebé le va a remitir al mismo estado de placidez que vivenciaba dentro del útero, mientras oía la misma. Aquí comienza a gestarse un nuevo vínculo, que ahora será extrauterino.
En el útero, el bebé es acunado por medio de la respiración de su mamá; cada vez que ella inhala y exhala el aire, el niño se mueve hacia atrás y hacia adelante, de esta manera la mamá puede sentir que se está comunicando con el niño por nacer...Fuera del útero, como prolongación de esta comunicación es el movimiento que realiza la madre al mecerlo, adaptando sus movimientos a los del bebé.
Será el momento oportuno para poder implementar todas aquellas técnicas utilizadas en los talleres de musicoterapia (entonar canciones que se entonaron durante el embarazo; compartir melodías junto con el bebé; escuchar melodías para los diferentes momentos del día, etc). Para aquellas mamás que no tuvieron la oportunidad de pasar por la experiencia, no se priven de cantarle a sus hijos y de compartir su crecimiento a través de la música.
Asimismo, para el bebé se vuelven importantes los gestos, las inflexiones y entonación de la voz de la madre, su cara, ya que el bebé se ve reflejado en ella. Es decir, la respuesta a las necesidades del infante que una madre pueda brindar no será lo mismo si ella está de buen humor, a que si está enojada o angustiada por algún motivo; en ambos casos lo que el bebé verá, es una cara, la que tomará como su propio espejo.
Verónica Sessarego
Musicoterapeuta –UBA
verosessarego@hotmail.com http://www.embarazadas.com.ar |
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