Por Carina Lupica* | artemisa noticias
Muy lejos de las imágenes que reproducen las publicidades en función del Día del Padre, desde la academia, la paternidad ha sido y es foco de análisis. Aquí reproducimos un trabajo de la Fundación Observatorio de la Maternidad que desmenuza la modificación de las prácticas en torno a la paternidad en los últimos años.
"(...)En los últimos cuarenta años se observa que el padre va alejándose de su antigua imagen autoritaria para construir una nueva, más protagónica en la crianza de los hijos y vinculada a los sentimientos. Es sobre todo en la década del 70 cuando surge una imagen paterna distinta, la del hombre sensitivo que comienza a tomar conciencia de su responsabilidad con la naturaleza y los hijos e hijas, y comparte con la madre algunas tareas de cuidado y atención de la familia. Esa generación de padres descubrió –a diferencia de sus predecesores- que podía cambiar al bebé, acariciarlo, alimentarlo, jugar con él y todo ello sin perder su virilidad. Esto dio lugar a la modificación de diversas costumbres: se incluyó al padre en el momento del parto y en algunas sociedades se instituyó la licencia por paternidad (Oiberman A., 1998: 29-30).
La nueva conducta que define en la actualidad al padre está caracterizada por la interacción (tiempo que el padre comparte con su hijo), la accesibilidad (la posibilidad que tiene el niño de contar con el padre para interactuar) y la responsabilidad (función que asume el padre en lo referente a las actividades de los niños) (Oiberman A., 1998: 34-35).
El modelo emergente de paternidad incluye la demanda creciente sobre los varones para que asuman un mayor compromiso y responsabilidad en el ejercicio de las tareas domésticas y de crianza. Hoy se valora más la imagen de un padre implicado en el bienestar emocional de sus hijos e hijas que la del proveedor económico, poco interesado en los afectos.
Con todo, esta novel construcción de la paternidad en no pocos casos provoca una confusión o equiparación de roles paternos y maternos, sin llegar a captar cuáles son específicamente las funciones paternas que colaboran con el desarrollo de los hijos e hijas (Oiberman A., 1998: 29-33). “Ahora bien, el niño tiene necesidad de que su madre le “materne” y que su padre juegue su papel y le “paterne”. Cada psicología depende de una simbólica singular. La madre representa la relación que el niño tendrá con los otros y con los objetos de la realidad. El padre representa, en desquite, la autonomía psíquica a la que el niño tiene que acceder, el sentido de la ley y de los límites, puesto que el padre es distinto de la madre en el punto en el que el hijo se confunde con ella” (Anatrella, 2008: 20).
Pero, por otro lado, ¿cuánto de estos discursos y tendencias relacionados con la nueva paternidad se plasma en la vivencia actual?: “Por ausencia de estudios en nuestro país, aún no se sabe hasta qué punto esta discusión ha tenido un correlato en los comportamientos al interior de la unidad familiar, en particular, si se está produciendo una redefinición de la participación de los varones (y las mujeres) en los roles familiares. Es decir, no sabemos en qué medida la extensión del ‘doble turno’ a un número creciente de mujeres está dando lugar a negociaciones nuevas de relaciones de poder que den lugar a una mayor participación de los varones en el tiempo de trabajo doméstico y del cuidado de los niños en el hogar. En otras palabras, en qué medida el rol del padre está siendo redefinido para incluir el paternaje ejercido por padres afectuosos, contenedores y nutrientes” (Wainerman, 2003: 206).
Entre el deseo cultural y la realidad familiar
Muchos varones responden a las normas sociales cambiantes sobre la paternidad y las asumen, aunque su internalización no es un proceso sencillo. “En la vida cotidiana, las actividades que se desarrollan en el hogar continúan estando fuertemente segregadas por género, con una carga muy desigual que sigue siendo mucho más pesada del lado de las mujeres, imponiéndoles cada vez a más de ellas el doble turno” (Wainerman, 2003: 202).
El compromiso de los padres varones con la crianza de los hijos e hijas se ha incrementado en las últimas dos o tres décadas mientras poco ha variado su cooperación en las tareas domésticas. Un estudio de Wainerman (2003) de 200 hogares urbanos en la Argentina revela que tres cuartos de los hombres participan nada o muy poco en las actividades cotidianas del cuidado de la casa. En especial, con respecto a la atención de los hijos, sostiene que si bien los hombres tienen en la actualidad una mayor participación, están lejos de alcanzar los niveles de responsabilidad que tienen las madres. Una encuesta a 112 mujeres que ocupan puestos de decisión, llevada a cabo por la Comisión Tripartita de Igualdad de Trato entre Mujeres y Varones en el Mundo Laboral del Ministerio de Trabajo de la Nación (2006), llega a conclusiones similares. Expresa que si bien los hombres comparten tareas tales como revisar los cuadernos de sus hijos, llevarlos al médico y al colegio –actividad en la que más participan los padres–, la principal responsabilidad de la crianza de los niños sigue siendo de las mujeres .
Una encuesta de muestreo en Chile con 400 hombres y mujeres de bajos y medianos ingresos encontró que las mujeres dedicaban cerca del doble de tiempo que los hombres a las labores domésticas, incluyendo una enorme variedad de tareas desde el cuidado de los hijos hasta la preparación de alimentos. Respecto a tareas específicas, las mujeres en promedio destinaban cinco veces más tiempo al día a la preparación de alimentos que los hombres, ocho veces más tiempo a la limpieza de la casa y cinco veces más al cuidado de los hijos (SERNAM, 1998) .
Datos nacionales de hogares en Brasil (IBGE, 2007) establecieron que el 91% de las mujeres en ese país realizan quehaceres domésticos, un promedio de 21,8 horas por semana vs. 51% de los hombres, con un promedio de solo 9,1 horas por semana. Si se suma la labor doméstica al trabajo fuera de la casa, las mujeres trabajan en promedio 11,5 horas al día mientras que los hombres lo hacen 10,6 horas en promedio. Una mujer casada con hijos menores de 14 años trabaja tres veces más que un hombre en su misma situación: 29 horas por semana vs. 9,1 horas del hombre.
Un estudio en Bogotá sobre masculinidades y desarrollo social advierte que lo más habitual en las familias de origen de los hombres colombianos era que la madre se dedicara a las tareas domésticas y el padre cumpliera un rol de proveedor del sustento económico. En el interior de sus hogares, la división de tareas era muy tajante: los hombres eran -y siguen siendo- los encargados de las reparaciones, mientras que las mujeres eran -y continúan siendo- las responsables del aseo. En ciertas casas, se ha contado o se cuenta con personal doméstico –de sexo femenino- que se ocupa del oficio, pero siempre bajo la dirección y organización de las mujeres. Por consiguiente, el peso y la responsabilidad del trabajo doméstico recae así exclusivamente en las mujeres y en las niñas (Faur E., 2004: 139).
De modo similar, la menor participación de los varones en la crianza de los hijos e hijas puede medirse por su escasa presencia en profesiones de cuidados, tales como guarderías o escuelas primarias. En efecto, la atención de los niños y niñas fuera del hogar es proporcionada por mujeres, y la gran mayoría de maestros en el nivel primario son mujeres (Barker, 2008: 30).
Incluso cuando los varones participan en el cuidado de los hijos e hijas, típicamente definen este cuidado como “ayudar”, no como una tarea en la que decidieron participar o de la cual ellos sean responsables. Y aun cuando asumen estas tareas, siguen pensando que pueden optar por excluirse de ciertos aspectos de los quehaceres domésticos. Aunque la disponibilidad de los padres para con sus hijos e hijas aumentó, ello no significa que inviertan tanto tiempo en criarlos o participen de la misma manera que las madres (Barker, 2008: 29).
Esto quiere decir que mientras los varones afirman participar mucho más en las tareas domésticas, de hecho lo hacen en forma asistemática y a modo de colaboración, sin asumir la responsabilidad por la tarea (Faur E., 204: 140). “Los hombres ven su trabajo doméstico como una especie de regalo a las mujeres o como algo que se hace en ocasiones especiales (si la esposa está enferma o cansada), pero rara vez como una cuestión de justicia” (Barker, 2008: 31).
Adicionalmente, aun reconociendo que esta es una época de grandes mutaciones en las relaciones de género y en las definiciones de masculinidad y feminidad, el ritmo de cambio no es parejo ni se extiende en el conjunto de cada sociedad del mismo modo. Pueden producirse transformaciones en algunas dimensiones o en algunos grupos más tempranamente que en otros. Y pueden convivir diversas definiciones y prácticas de la masculinidad en grupos y sociedades aparentemente homogéneos (Faur E., 2004: 64).
Pero, la flexibilización de patrones por parte de los varones convive aún con algunas zonas más estructuradas, en donde hombres y mujeres parecerían desear que las fronteras no cedan tan fácilmente. El modelo de mujer-madre centrada en el bienestar de los otros aparece en el imaginario de los varones como la salvaguarda de la armonía familiar y de la salud psicofísica de los hijos e hijas. Si bien se valora muy positivamente la creciente cercanía de los padres a sus hijos, la hegemonía de las mujeres en esta dimensión parece prácticamente indisputable, y en cierto sentido, necesaria (Faur E., 2004: 219).
Y así, los varones entrevistados en Bogotá reconocieron que estaban “en un proceso de transición que va desde la pérdida de una tradición muy marcada hasta la aparición de formas múltiples y disímiles de contratos familiares”. Por lo tanto, “no existe nada cabalmente definido, lo que por momentos crea una cierta sensación de inseguridad tanto para los hombres como para los mujeres” (Faur E., 2004: 141-142).
Importancia y beneficios de una paternidad comprometida
La presencia del padre en la temprana infancia implica mucho más que el sostén emocional para la madre o el soporte económico de la familia (Oiberman, 1998: 16). La presencia de la función paterna tiene consecuencias sobre la estructuración psíquica y social de los individuos: aporta a la formación de la imagen masculina y a la filiación y a la disminución de las conductas adictivas, promueve el sentido de los límites, facilita la socialización e institucionalización, es decir, la adquisición de una conciencia histórica y la aptitud para desarrollar un vínculo social.
Según estudios recopilados por Barker (2008), la presencia del padre, dependiendo de su calidad, es positiva para los hijos e hijas, las mujeres y los propios varones. Este autor sostiene que, generalmente, una paternidad presente, cálida, de apoyo y no demasiado controladora produce buenos resultados para los hijos e hijas, ya que los beneficia en términos de su desenvolvimiento social y emocional, muchas veces mejora su desempeño en la escuela, les facilita entablar relaciones más sanas como adultos, y también puede influir significativamente en decisiones relacionadas con “conductas antisociales”, tales como el uso de sustancias, actividad sexual a temprana edad y actos criminales.
Asimismo, la presencia del padre o un varón en el hogar, sea o no residente, es positiva para la economía pues así el ingreso familiar es mayor. A pesar de que no se debe reducir el rol de los hombres y de los padres a ser simplemente proveedores económicos, la proporción del ingreso que dedican a sus familias es un indicador importante de su participación en el cuidado de sus hijos.
Por añadidura, una mayor presencia masculina en el cuidado de los niños y niñas y en las tareas del hogar es casi siempre beneficiosa para la mujer, ya que puede favorecer sus oportunidades para trabajar fuera del hogar, estudiar o desarrollar actividades provechosas material y psicológicamente.
Además, un compromiso positivo como padres y cuidadores es en general bueno para los varones, ya que ellos reconocen que la relación de filiación es una de las más importantes fuentes de bienestar y felicidad. Los hombres que mantienen relaciones cariñosas y de cuidados, incluyendo la paternidad, son menos propensos a involucrarse en ciertos comportamientos de riesgo (tal como la actividad criminal) y hasta existe una asociación entre el volverse padre y convivir con la madre y los hijos e hijas y una menor tasa de mortalidad masculina.
Conclusiones
Los cambios sociales y culturales acontecidos en los últimos cuarenta años, entre los que se destaca el ingreso masivo de las mujeres con responsabilidades familiares al mundo del trabajo y la modificación de la estructura y dinámica familiar, provocaron una resignificación en el ejercicio de los roles femeninos y masculinos, incluidas las funciones maternas y paternas.
Esto es así, porque la función paterna o el trabajo de cuidado y protección de la descendencia que realizan los varones, independientemente del nexo biológico o legal que tengan con los niños y niñas, implica un conjunto de significaciones, habilidades y comportamientos que se pueden aprender y varían en el tiempo, según las características de la sociedad y de la familia en la que se producen. La paternidad es un proceso sociocultural, y su vivencia y desarrollo implican necesariamente un sistema de vínculos entre el padre, sus hijos, la cónyuge y otros miembros e instituciones de la sociedad.
Junto con la resignificación de una masculinidad más afectiva, en la sociedad se comenzó a valorar la paternidad más involucrada en el cuidado de los hijos e hijas y en las tareas del hogar. Sin embargo, aún existe una brecha entre el imaginario o deseo social y la realidad vivida en el seno de las familias, ya que en la mayoría de los casos continúan siendo las mujeres las principales responsables de las tareas domésticas y de cuidado.
La práctica de una paternidad activa y comprometida es provechosa para los hijos e hijas, las mujeres y los propios varones, tanto desde el punto de vista emocional y afectivo, como del económico, social y de equidad de género. Este momento de transición puede ser interpretado como un tiempo de incertidumbre o como una oportunidad para la construcción de relaciones más equitativas entre varones y mujeres en el ámbito familiar. Padres más comprometidos con el desempeño de las tareas domésticas y de cuidado posibilitarán un crecimiento saludable de los hijos e hijas, una mejor inserción de las mujeres en ámbitos laborales y sociales, y el ejercicio de una paternidad y maternidad más beneficiosa y gratificante.
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