[in corpore]
Maternidad madura
La maternidad después de los cuarenta años es una realidad instalada en la vida cotidiana. Muchas mujeres se dedican antes al trabajo, no encuentran una pareja con la cual asumir el desafío de cambiar pañales o no sienten el deseo de ser madres. Sin embargo, es cierto que el reloj biológico existe y atrasa. Ciento veinte años atrás, cuando las mujeres se morían a los cuarenta y no transitaban por la menopausia, la fertilización empezaba a decaer –igual que ahora– a los 35 años.
Las agujas de la fertilidad natural siguen iguales, pero ahora la vida (casi) recién empieza a los 40 –en la Argentina la expectativa de vida de una mujer es de 79 años– y en esa década se conserva y se renueva la energía vital. Pero el reloj biológico no se adaptó a los nuevos cambios y sigue inalterable, con horas que atrasan, pero que marcan los tiempos.
La diferencia es que en la rama en donde sí hay adelantos que permiten aggiornar el orden natural a los deseos y ciclos vitales actuales es la ciencia. Por eso, muchas mujeres de cuarenta años recurren a tratamientos de fertilización para estimular la posibilidad de un embarazo, inseminarse o recibir óvulos donados. De hecho, en la provincia de Buenos Aires, ya existe una ley que, por primera vez, regula la fertilización asistida. Y aunque tiene algunas letras chicas objetables –presuntamente deja afuera a mujeres solas o lesbianas– da la posibilidad a todas y todos –de todas las clases sociales– de usar los métodos de fertilización asistida, ya que obliga a las obras sociales y prepagas a cubrirlos y pone a disposición de los y las interesadas tres centros de salud pública especializados en La Plata, Mar del Plata y Bahía Blanca.
La ley bonaerense todavía debe pasar la prueba de ver cómo funciona en la práctica, pero puede servir de puntapié para una normativa nacional que marque la gratuidad o el acceso a la posibilidad de tener un hijo si existe una enfermedad o si los cuarenta se considera la edad justa para ser mamá.
En este sentido, la médica Stella Lancuba, especialista en fertilidad y directora de Cimer, explica: “El cincuenta por ciento de los tratamientos de fertilización tiene lugar en mujeres de más de 35 años. Este dato es un indicador de la postergación de la maternidad como una realidad sociocultural. Existen varios condicionantes del logro de manera efectiva y en el menor tiempo posible: el embarazo se demora reflejando un proceso de envejecimiento imperceptible del ovario. Si bien la expectativa de vida de la mujer aumentó, no sucedió lo mismo con los óvulos”.
Frente a esta realidad surge la pregunta: “¿Se puede prevenir el desgaste?”. Lancuba contesta: “Sí, mediante la maternidad a los 30 o con la conservación de los propios óvulos antes de los 37 mediante la vitrificación. Esta técnica permite su preservación conservando el potencial fértil a futuro. Los óvulos pueden conservarse prácticamente intactos a una temperatura de 198ºC por largo tiempo. También es útil para resguardar el potencial reproductivo en mujeres en riesgo de menopausia precoz o de manera preventiva ante la realización de una cirugía”.
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