Lo nuevo y lo viejo sobre la función materna.


Avances en tecnologías reproductivas, vacíos legales y clases sociales
Ester Kandel - Kattya Pérez (especial para ARGENPRESS.info)

Lo nuevo y lo viejo sobre la función materna.

Es posible afirmar que durante estos cien años, el campo de las tecnologías ha sido particularmente dinámico, lo atinente a la reproducción humana no es una excepción. Hacia la década de 1910 esta función, regida por patrones religiosos y naturalistas justificaba de uno y otro lado las limitaciones y derechos de las mujeres por su condición materna. Condición que se tenía además como central en relación con el porvenir del estado-nación, según se lee, por ejemplo, en la presentación a la conferencia financiera panamericana por parte del delegado norteamericano acerca de la legislación del trabajo. (1) “La protección de las mujeres y la determinación de sus horas de trabajo es un asunto que evidentemente debe importar al estado, pues la mujeres son las madres de los futuros ciudadanos, y en su salud y fuerza debe confiar el estado para perpetuarse”. O en el alegato de Juana María Begino en el Centro Socialista Femenino al proponer como la cuestión de la mujer (2) “todo lo relacionado con el papel que ha de desempeñar en la sociedad actual y los medios de que ha de valerse para que sea un miembro útil a esa misma sociedad en la plena posesión de sus deberes y derechos”. La condición de esposa, madre o hermana, capaces de dar amor por naturaleza, era la fuente de valoración por excelencia, a pesar de lo cual y fuera de ello, éramos consideradas seres peligrosos e indómitos. Algo de lo que persiste en la misoginia masculina y social, y que emerge con fuerza en momentos de crisis. Las mujeres, en el mismo rango que la infancia, la locura y hasta más cerca de la animalidad seríamos seres necesitados de la redención que ofrecían las instituciones de dominación, entre ellas la iglesia, como denuncia Begino, “Fue quizás, agobiada por el peso de su esclavitud doliente que, al aparecer el cristianismo evocador entonces de una redención dichosa para los desgraciados, se adhirió a él la mujer de todo corazón. Pero el cristianismo sigue amarrándola al carro triunfal del egoísmo varonil, a tal punto, que ya no es ni siquiera considerada como un ser pensante, sino como un ser dañino y peligroso para el hombre, razón demás para que este termine por someterla a su dominio absoluto, amparando este vasallaje por medio de ritos y ceremonias, de conceptos, códigos y leyes, que al dar apariencias de costumbres sanas a la fundación de la familia, disimulan, en cambio, la más abominable servidumbre de un sexo hacia el otro”. De ese modo la familia con la herencia de los valores medievales se adecuaba a las exigencias de libertad del nuevo orden de clases, de la división del trabajo y de los atributos subjetivos necesarios. La explotación de una clase por otra, a imagen y semejanza de los recursos de la naturaleza, correlacionaba con la opresión de un sexo situado como inferior, por otro investido y alimentado para la superioridad, que también la libre competitividad del mercado exigía. La familia y sus funciones constituyeron de ese modo la estructura nuclear para la reproducción humana y del modelo social. De aquí que el cuestionamiento de los pilares de una sociedad injusta no pudiera pasar por alto el presupuesto de la inferioridad de la mujer instalado en el sentido común, la vida institucional, pero también en el campo científico. Es particularmente ilustrativa la perspectiva que desarrolla Alicia Moreau (3) precisamente en este campo, a la luz de los avances que ofrecía la investigación frente al imperio de la razón dogmática. Se define así por el método experimental, y al hacerlo plantea por un lado, la comprensión de los efectos por sus causas, y por otro la validez histórico social frente al determinismo natural u orgánico: “Con este criterio no sólo comprobaremos los hechos, sino que, y esto es para mí el punto capital, investigaremos su génesis; si la causa es susceptible de variar o desaparecer, el efecto se modificará o dejará de ser; si por el contrario la causa es orgánica, si es consecuencia a su vez de la vida misma, si depende de la cuestión ordenatriz y profunda del individuo, el efecto tiene pocas posibilidades de variar”. Sus extensos y detallados argumentos tendrán también en cuenta a la maternidad pero esta no será exclusiva, poniendo de relieve en sus demostraciones el ángulo de lo social general y de clase. De ese modo discutirá la supuesta inferioridad de la mujer en los tres aspectos que la sustentaban, la sensibilidad, la inteligencia y la voluntad. El supuesto de inferior sensibilidad en la mujeres era correlato de una mayor expresividad de emociones, incluso irritabilidad, entre los considerandos la autora alega “ello debe lógicamente atribuirse a un ´self´ contralor más extendido, a un mayor poder de inhibición…Este dominio sobre sí mismo le viene [a los hombres]a mi modo de ver de su contacto más frecuente, más continuo con sus semejantes y de la necesidad creada por ese factor social de disimular o reprimir sus manifestaciones; lo que puede igualmente comprobarse en las mujeres a quienes las necesidades de la lucha por la vida han colocado en condiciones parecidas a las del hombre”. También la expectativa de vida cruza diferencialmente a hombres y mujeres para quienes la mortalidad mayor se produce entre 25 y 50 años, período que condensa los riesgos posibles pasado el cuál disminuyen, no así los pesares, las penas y los dolores ante los cuales destaca las distintas oportunidades para el olvido. “El factor social educación es el que obra aquí con toda energía, suprime, comprime o deprime las aptitudes femeninas colocándolas en condiciones de evidente inferioridad” Y agrega el componente de clase social: “Es este factor tan poderoso que por su distinta forma da resultados por completo diversos. La mujer de las clases superiores frívola y superficial, sin otra cultura que un barniz más o menos hábil, sin otra preocupación que la de su ´toilette´ o sus deberes mundanos que no cría ni educa a sus hijos abandonándolos ni bien nacidos en manos extranjeras, no puede compararse con la mujer de pueblo, que la existencia dura hace más seria, que comparte la pesada responsabilidad de la vida de la familia, obligada a trabajos rudos, a una incesante actividad”. Al rebatir la idea de que en la mujer la voluntad se ejerce como capricho hallamos nuevamente entre varios ejes, la siguiente distinción: “Si tomamos como sujeto de observación la del alto rango social a quien la fortuna ha sonreído…encontraremos esa voluntad rudimentaria, primitiva….Pero la mujer que ha debido vencer obstáculos, que ha debido encontrarse frente a frente con las dificultades numerosos de la vida activa, tiene la voluntad fuerte, la decisión, la iniciativa, la perseverancia del hombre sometido a la mismas influencias.” Cita como ejemplo el caso prototípico de una mujer viuda con tres hijos y sin oficio que debió trabajar de planchadora y así solventar la educación de los hijos, y se –nos- pregunta “¿No tuvo ella la voluntad más enérgica, más segura, equivalente a cualquier hombre que realice la empresa más larga y difícil” Y continúa, “En otro orden de ideas. No necesitaré recordad las dificultades que encontraron las primeras mujeres que osaron entrar en las universidades. La burla o el desprecio de los más, la burla de los estudiantes protegidos por el número, la hostilidad más o menos abierta de los profesores debía acobardarlas, hacerlas retroceder; sin embargo han persistido, su número ha ido aumentando, y dada la mayor cultura ambiente gozan ahora de una suficiente tranquilidad”. Por último, sin detenernos en los contraargumentos de orden orgánico y biológico como el tamaño y desarrollo del cerebro, leemos lo siguiente: “Y bien: si dada la educación, la influencia del medio social, el enorme peso de la tradición, la mujer hubiese dado genios y talentos como el hombre, esto probaría una inmensa superioridad que por otra parte no existe, pues para llegar a un nivel igual, la mujer debe vencer obstáculos que el hombre no conoce”. El pasado de la mujer es un pasado de ignorancia, de depresión y sujeción, y jamás en nombre de los errores pasados, no por completo desgraciadamente, puede fijarse el límite del porvenir”. Se trata así de abrir desde la ciencia misma el campo de posibilidades en que las mujeres puedan desenvolverse incluyendo entre otras actividades la educación científica que la beneficie de “una de las más hermosas conquistas de los tiempos modernos: la libertad de disponer de su vida como lo crea mejor”. Vale remarcar de este posicionamiento que el valor de la maternidad en las mujeres no reside en un esencialismo biologisista sino en el ejercicio de una práctica social. Pero si para entonces la libertad requería de al menos la conquista de derechos sociales que posibilitaran un nuevo reparto de actividades en el trabajo y las funciones parentales, el cambio de las condiciones científico-técnico-tecnológicos ha propiciado ciertas condiciones de autonomía en el plano de la autonomía reproductiva que no obstante siguen obedeciendo a las desiguales posibilidades materiales e ideológicas según la clase, y también etnia. La función materna se inscribe en un modelo de familia imperante, llamada nuclear en la que el padre es fundamentalmente el proveedor y la madre ocupa las tareas de crianza. Desde ya que los cambios operados en las últimas décadas, como las madres solteras y/o abandonadas que crían a los/as hijos/as solas, algunas beneficiadas por planes sociales, como el Plan Familia, la convivencia de parejas, la incorporación al mercado de trabajo, cumpliendo doble jornada laboral y la violencia doméstica, que llega a extremos de perder la vida, catalogadas por la crónica policial como crímenes pasionales, altera el concepto enunciado. Las investigaciones (4) sobre fertilidad en las mujeres refieren a la disminución de la misma después de los 30 años. Se recomienda, a partir de los 28 años, congelar óvulos y tener una oportunidad de concebir en el futuro con los propios, a un costo aproximado de $7000. La postergación de la maternidad, aunque se alega que es para preservar la inserción laboral y preservar la fuente de trabajo, creemos que también incidió el cuestionamiento que se viene realizando, desde la década de 1970, por los movimientos feministas, de las relaciones familiares, naturalizando la división de roles complementarios. Según Mónica Tarducci, (5) “las pensadoras feministas analizaron la relación entre trabajo doméstico y capitalismo, denunciando la explotación del trabajo reproductivo y doméstico de las mujeres, argumentando acerca de la doble explotación de la que eran objeto como reproductoras de la fuerza de trabajo dentro de la familia y como asalariadas en el mercado laboral”. Este cuestionamiento coexiste con un reconocimiento de los sentimientos contradictorios que se producen con la maternidad, por un lado como fuente de placer y realización personal así como una carga que a veces se torna insoportable y muchas veces con los dos vivencias a cuesta. Coincidimos con la autora citada que “los discursos pro-natalistas de hospitales, justicia, iglesias y medios de comunicación que sacralizan la maternidad y estigmatizan a quienes no quieren serlo, o no se comportan como “debe ser una madre”, contrastan notablemente con la falta de apoyo a las mujeres que son madres y no cuentan con las mínimas condiciones para ejercer su difícil tarea dignamente”. Este fenómeno observado desde principios del siglo XX, como lo hemos expuesto en el análisis del debate parlamentario sobre el proyecto de ley de Trabajo de mujeres y menores (6), refleja la continuidad entre las políticas liberales y neoliberales sobre la función materna. Pero ha de agregarse el fuerte impacto de la mercantilización que se viene operando en todo el campo de las nuevas tecnologías reproductivas, que se mantiene en las anteriores para la interrupción del embarazo, y abarca aun más el rejuvenecimiento y modelaje del cuerpo. Eclipsando el concepto de la maternidad como práctica y las estrategias legítimas de adopción, la acción de las nuevas tecnologías de reproducción que asisten a las mujeres que padecen infertilidad se desarrolla en el mercado reproductivo, sin legislación, con dos supuestos: el de “la protección de un modelo familiar y el estatus jurídico del (pre) embrión” (7). El autor observa una coincidencia entre esta estrategia de la corporación médica y del Estado para no avanzar en la discusión pendiente sobre la despenalización del aborto. Los proyectos de legalización del aborto son permanentemente rechazados por gobiernos y parlamentarios/as sujetos a las presiones de iglesias y la anuencia de las corporaciones médicas mientras rige con fuerza la otra ley, la ley del mercado.

Notas:
1) La Vanguardia, 14 de abril de 1916. La necesidad de obtener una legislación protectora uniforme en bien del trabajo y de las clases trabajadoras.
2) La Vanguardia, 13 de marzo de 1916. La mujer y el socialismo.
3) La Vanguardia, 10 de marzo de 1916. La inferioridad de la mujer.
4) Clarín, 28 de enero de 2010. Investigación de dos Universidades Escocesas.
5) Mónica Tarducci –organizadora. Maternidades en el siglo XXI. Editorial Espacio, 2008.
6) Kandel, Ester. Ley de trabajo de mujeres y menores –Un siglo de su sanción – la doble opresión: reconocimiento tácito. Dunken, 2008.
7) Garay, Ricardo. El destino de ser madres: la ideología de la maternidad como soporte discursivo de las nuevas tecnologías reproductivas en Maternidades del siglo XXI.

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